martes, 25 de agosto de 2009

Absurdo como Batman contra Superman: cuento versus novela


El otro día estaba en una charla que había organizado Eterna Cadencia con Samanta Schweblin, Mariana Enríquez y Sonia Budassi, y salió el tema de si las cuentistas sentían la presión de escribir una novela. Curiosamente, la primera en contestar fue la que podría ser denominada como “novelista” porque hasta ahora publicó dos novelas: Mariana Enríquez, que contó que en noviembre va a salir su libro de cuentos y que, en líneas generales, cuando comentaba que estaba por sacar su primer libro de cuentos la respuesta solía ser “¿pero te parece?, ¿después de haber publicado dos novelas, pasar a cuento?” Era algo así como irse a la B... Samanta Schweblin contó que los que ahora son sus agentes se negaban a leerla hasta que no tuviera una novela (por suerte se resignaron, la leyeron y le ofrecieron un contrato). Ya en las entrevistas cuando ganó el premio de Casa de las Américas por Pájaros en la boca, Schweblin contaba que muchos la trataban como una “promesa de novelista”, como alguien que en algún momento “se iba a tomar en serio eso de escribir y iba a publicar una novela”. Más allá del absurdo de que en un país de grandes cuentistas como es Argentina no se valore el género, yo creo que el tema no pasa por una cuestión de jerarquías en cuanto a la habilidad que requiere escribir una u otra cosa. La verdad es que no creo que sinceramente nadie piense que un novelista es “más escritor” que un cuentista, me parece que el tema pasa por una cuestión de mercado: se considera que la novela vende más, por lo tanto se busca que se generen más novelas. Y sí, imagino que la novela debe vender más (calculo que las librerías y las editoriales hacen números y no sacan conclusiones del tipo “esto vende más que aquello” preguntándole a chamanes), pero el tema pasa por creer que hay algo intrínseco en la novela que hace que se venda más, o mejor dicho, que hay algo intrínseco en el cuento que de por sí hace que se venda menos. Para mí es todo un terrible error de marketing, porque al fin de cuentas, en un mundo que tiende cada vez menos a la lectura de ficción y que vive cada vez más aceleradamente, el cuento es algo así como el género ideal. Las veces que discutí esto con otra gente que escribe, las conclusiones más interesantes apuntaban a que la novela ofrece un mundo cerrado en sí, que se arma de a poco y que uno puede interrumpir varias veces pero que es posible volver con poco esfuerzo, porque ya está construido el universo ficcional y volver es fácil. En el libro de cuentos, en cambio, cada cuento es un universo en sí, y hay que hacer el esfuerzo de armarse en poco tiempo y en poco espacio ese mundo, para después tener que volverlo a hacer con el siguiente y así. La hipótesis es interesante, pero olvida algunas cosas: por un lado que un buen libro de cuentos no es una colección de relatos dispares, sino que en sí construye un mismo universo, y hay cierta conexión interna que aunque uno no la pueda definir, la siente; si el escritor hizo bien su trabajo, entrar en el universo de cada cuento no es tan complicado como entender las primeras escenas de Memento (y a Memento le fue bien, ¿o no?). Por otro lado, esa hipótesis está muy pensada desde alguien que en el fondo es de leer mucho. A mí me encanta la novela porque aun cuando no se trate de una trama con intriga, hay algo que me impulsa a seguir leyendo o a volver a la lectura para saber cómo termina la historia, con el cuento (género que amo por otras cuestiones) eso se termina rápido; pero sé que esa manera de pensar sirve para alguien que vive con la nariz en un libro y que cuando empieza un libro lo termina (esto último no siempre es una virtud, créanme). ¿Pero cuánta gente tiene novelas que se compra, empieza y jamás lee? Ya sé, a las editoriales y a las librerías esas minucias no les importa, lo que les importa es que la gente COMPRE el libro, si después lo puede recitar de memoria o nunca lo abre queda entre el comprador y su consciencia... Pero cuando digo que todo es un error de marketing es que precisamente las editoriales (grandes, las chicas creo que tienen la inteligencia suficiente para ver el enorme vacío que las grandes les dejan y hacia allí apuntan) y las librerías no se dan cuenta lo MUCHO que podrían vender si empezaran a ponerle un par de fichas al cuento. Al ser un género más corto, el cuento se adapta perfectamente al viaje en colectivo, subte o tren, al tiempo de la sala de espera de cualquier consultorio, a la cola interminable del supermercado, ayuda con la paciencia mientras se espera a ese eterno/a amigo/a impuntual (hmmm creo que tengo que empezar a regalarles más libros de cuentos a mis amigos). En fin, las posibilidades son infinitas. Lo mejor es que para alguien que no es de leer mucho tiene dos ventajas: en poco tiempo le puede dar la satisfacción de algo “cumplido”, es decir, la novela necesita que uno la termine para sentir ese orgullo de “terminé”, un libro de cuentos da entre unas 7 y 20 de esas sensaciones y además demuestra que no hace ni siquiera falta sacrificar ese valiosísimo tiempo frente a la pantalla de la televisión o del monitor para poder leer un poco, basta con aprovechar los tiempos muertos de la vida cotidiana.
Para levantarles el ánimo a mis colegas cuentistas, publico aquí las entrevistas de Cuento mi libro sobre dos libros de cuentos recién publicados, oh sorpresa, por una editorial grande (es decir, a no quedarse sólo con las estadísticas): Pájaros en la boca, de Samanta Schweblin y Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza, de Margarita García Robayo. Abajo, si quieren seguir leyendo del tema, hay un enlace con una nota que salió en Página 12 sobre una nueva colección de cuentos que está sacando la Universidad Nacional de la Plata. Como ven, no está muerto quien pelea y según mis fuentes (todos chamanes muy prestigiosos) el siglo XXI le pertenece al cuento... (al cuento o al analfabetismo, los signos no eran muy claros... así que apostémosle al cuento)





http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-13334-2009-03-28.html

jueves, 13 de agosto de 2009

Decálogo más uno, para escritores principiantes (del maestro Onetti)

I. No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo.
II. No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Éste sólo se asusta cuando le amenazan el bolsillo.
III. No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda.
IV. No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético.
V. No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar.
VI. No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo.
VII. No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, hoy son genios.
VIII. No olviden la frase, justamente famosa: 2 más dos son cuatro; pero ¿y si fueran 5?
IX. No desdeñen temas con extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario.
X. Mientan siempre.
XI. No olviden que Hemingway escribió: "Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer."

miércoles, 12 de agosto de 2009

Presentación de libro

Presentación en Eterna Cadencia, viernes 14 de agosto, en Honduras 5582. Promete ser interesente

jueves, 6 de agosto de 2009

¡Los libros tienen cola! (o sobre booktrailers)

Poca gente disfruta de ir al cine y llegar temprano para ver los “avances” o, como normalmente se los llama “colas”, de las películas que se van a estrenar. Uno aprovecha para ir al baño, comprar algo para comer (en mi caso no pochoclo porque no aguanto el crunch crunch que se escucha en la sala durante toda la película) y si no queda más remedio, se pone a examinar (es decir, criticar mentalmente o en voz alta) a todo el resto que está ahí, preguntándose cuánto falta, o si convendría ir más adelante, más atrás o más al medio. Las colas igual venden, y mucho. No creo que nadie se haga el inocente y diga que nunca se ensartó con algún bodrio porque la cola estaba buenísima...(hmm da tanto para el doble sentido esa frase...). Bueno, las colas ahora llegan a los libros, y se las conoce por su nombre en inglés “booktrailer”. Traduzco la definición de Wikipedia: “Un booktrailer [o la “cola” o “avance” de un libro] es una publicidad en formato de video para un libro, que utiliza técnicas similares a las que se emplea en las colas [o trailers] de las películas. Circulan por televisión y por internet en los formatos de video más comunes.” Acá les pego el primer booktrailer que se proyectó de manera pública en una convención:



Es del 2003, o sea, que hace rato que este tipo de publicidad anda dando vueltas. Pero fiel a mi estilo “caída del catre”, yo recién me enteré hace unas semanas, ahí me puse a investigar un poco. Como ven, se parecen mucho a las colas de las películas. En algunos foros la gente se indignaba, que era otra manera de que lo audiovisual le ganara a la lectura, que se perdía la magia, que anticipaban mucho, etcétera. También les irritaba bastante ese medio de promoción que les parecía tan burdo. Yo no creo que se acabe el mundo, la verdad, y no me parece mal que se promocione la literatura con otros medios que las críticas en los diarios (igual esto amerita otra entrada sobre literatura y mercado, creo). Pero como todo, depende mucho de la calidad con la que se lo haga. Por ejemplo, sí me resulta molesto que me muestren al protagonista, porque entonces ya te generan una imagen puntual, y ¿no era que la gracia de la literatura es que te permite armarte tus propias imágenes? Queda claro que, igual, ese tipo de libros, con perdón de la buena de Christine Feehan, no se preocupan por la sutileza literaria. Ahora, el estilo varía. Por ejemplo, les pongo otro que también adscribe al género que yo llamo cariñosamente “yankee trash”



Acá al menos no se ven los personajes, se sugieren imágenes y demás pero sin definirlas mucho, y está presente la voz de la autora. Es decir, incluso en libros que no parecen destacarse por su sutileza se puede usar la cola sin coartar la libertad del lector de imaginar lo que se le cante (en honor a la verdad uno siempre se puede imaginar lo que se le cante, pero al menos no hay que hacer el esfuerzo de borrarse imágenes ya dadas).
Los estilos de booktrailer varían bastante. En algunos se enfoca al autor/a leyendo pedazos, desde distintos ángulos, supongo que para darle “dinamismo”. Sí, un embole. Ojo, no es como por ejemplo en “Cuento mi libro” (está en la lista de enlaces), porque ahí es otra cosa, es una entrevista al autor, te cuentan cosas y después leen un pedazo. Ahí el concepto es otro y a mi entender funciona bárbaro. En el caso de los booktrailers que son sólo el autor leyendo y por ahí haciendo algún comentario, me dan la sensación de que no son ni chicha ni limonada. Es más, me parecen tan aburridos que ni pienso pegar uno.
Si quieren ver una opción más nacional, sería la cola de “Ese verano”:



El concepto ahí es otro, no se busca explicar el argumento, ni nada por el estilo, es una selección de partes en off, e imágenes asociadas... A mí no me resulta muy sugerente la verdad, pero como concepto creo que lo prefiero a los anteriores. Y después, están los infaltables, lo que van al impacto, idea general, y aquí está el libro, como éste:



Claro, es fácil también, ¿no? Sangre y Stephen King, ya está, ¿qué más hace falta para vender?
Creo que los booktrailer llegaron para quedarse y pelearse con ellos es inútil (y eso que yo tengo predilección por resistirme a la tecnología), el secreto está en poner lo audiovisual al servicio de la literatura y no al revés.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Sinopsis del libro de cuentos

Un viejo que pudo escapar del horror Nazi y que, ante el hecho de que sus hijas le venden su casa, quiere emigrar nuevamente, esta vez a los Estados Unidos, para encontrarse con el amigo que lo ayudó a escapar. Una mujer que solo desearía poder volver a mirar a los ojos a su marido enfermo. Un niño que teme la llegada de su cumpleaños y el festejo en el dojo que podría significar su muerte. Una mujer mayor que querría que la dejen mirar la telenovela sin padecer las visitas de su vecina. Un adolescente que en pleno viaje de egresados descubre que no siempre el otro es ese otro que imaginábamos. Una joven que no puede dejar de pensar obsesivamente en su ex-novio y su nueva pareja, y que, gracias a una llamada telefónica, descubre que ella tampoco es tan fácil de olvidar. Una bibliotecaria que pierde sorpresivamente la memoria y que decide reinventarse. Uno y los otros, el conflictivo tema de la relaciones desde las diferentes perspectivas y experiencias de vida de los personajes, es de lo que se habla en los 19 cuentos de este libro.

¿Hobbie o pasión?

No hace mucho estaba en la presentación del libro El sueño Colbert, y el presentador le preguntó a Roni Bandini, el autor, si “eso de escribir” era un hobbie. J, que estaba al lado mío se rió por lo bajo y me dijo “Hiciste el mismo gesto que Roni” “¿Qué gesto?” dije yo. “Como si te hubieran pegado una trompada”. Y sí, la sensación era esa. Por ahí no una trompada, pero una cachetada seguro. La respuesta de Bandini fue algo así como “¿Cómo un hobbie? No, un hobbie nunca”. Supongo que al presentador le llamaba la atención que alguien especializado en sistemas informáticos publicara una novela... De todas formas, la idea me quedó rondando... A todos los que escribimos y todavía no nos ganamos la vida de esto (o sea, la inmensa mayoría), nos pasa un poco lo mismo, en determinado momento, ya sea una tía bien intencionada, un vecino al que uno tuvo la mala idea de contarle o un “amigo” recientemente recuperado gracias (¿gracias?) a facebook, nos dice: “¿Ah, así que escribís? ¡Qué bueno! Mi hobbie es...” (y ahí la respuesta puede ir de tejer en punto cruz a coleccionar revistas Playboy, dependiendo de quién conteste). Y no es que yo tenga nada en contra de los hobbies, todo lo contrario, me parece de lo más saludable tener uno, no sólo sirven para presentarse en las clases de idiomas, o a la hora de completar el perfil de usuario de algún foro o sitio de internet, sino que a veces evitan que alguien agarre una motosierra y despachurre a unos cuantos, o, si no le da el cuero para tanto, se tire por el balcón. Los hobbies están muy bien sí, pero decirle a alguien que se toma la escritura en serio que eso de escribir es un hobbie equivale, sépalo tía bien intencionada, vecino preguntón y amigo recuperado, a un insulto.
Supongo que una de las cosas que me llamó la atención el día de El sueño Colbert, es que uno a veces espera que la publicación ayude a cambiar eso, es decir que publicar ayude a establecer la imagen de “escritor profesional” si es que tal cosa existe. Evidentemente no. En el fondo no deja de ser democrático: noveles y publicados tenemos el mismo problema, para nosotros es una pasión (¿no me creen? Hagan una encuesta a ver cuánta gente estaría dispuesta a tener un segundo trabajo por el que no les paguen un peso ¡y les alegre la vida sólo pensar en hacerlo!), para los otros un mero hobbie. Así que ya saben: prohibido ponerme en los comentarios “¿Así que escribís? ¡Qué lindo que tengas un hobbie!”, y mucho menos decírmelo en persona. Se arriesgan a un zapatazo...

Agrego a posteriori, por si alguien se quedó con ganas de saber algo de El sueño Colbert, la entrevista en Cuento mi libro